Danzaterapia El cuerpo en libertad, una respuesta a la crisis



Por Analía Melgar

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La palabra crisis está en boca de muchos y en los oídos de todos. Creamos en ella o no, hoy la crisis se cuela por todos los intersticios de nuestra subjetividad. Crisis como sinónimo de inseguridad, precariedad, desigualdad, desamparo y lucha salvaje. La crisis –aseguran– tiene una forma, un color, una contextura y un peso determinado, tremendo, sobre la espalda. Voces de proveniencia ya indistinguible nos dicen qué pasa, cómo viene la mano y, no sólo qué debemos hacer, sino qué debemos esperar y sentir. Este panorama desalentador acaba por predeterminar a una gran parte de la población mundial, que cae en dos opciones: la desesperación o la búsqueda de una salida a la desesperación, mediante fórmulas tan condicionadas como la desesperación misma. Estamos en tiempos en que, más que nunca, la libertad es un valor cuyas acciones están en baja. Elegir, decidir, evaluar, experimentar, sopesar, criticar, probar son verbos fuera de moda, porque nos quieren hacer creer que todo está dado: la cosa es así, no hay nada que hacerle.

En este contexto, los cuidados integrales de la persona se vuelven esenciales, siempre y cuando estos cuidados escapen a las generales de la ley, es decir, que promuevan el ser esencial con pleno uso de su libertad.

Existen muchas vías para llevar adelante esta maravillosa posibilidad de ser personas, de ejercer de manera íntegra el oficio de Ser. Algunas de esas vías prometen resultados rápidos, invitan a una catarsis momentánea llevada de la mano de habilidosos gurúes. La danzaterapia propone un camino más lento, más laborioso, pero más satisfactorio, más honesto y gozoso. Se trata de conocernos a través del movimiento, a través del cuerpo. No hay una voz exterior que provea de un dictamen, de un diagnóstico. Cada quien descubre su danza: se descubre. Sin fórmulas que indiquen cómo es la cosa, cada persona experimenta –antes que muchas otras cuestiones– cómo es moverse sin una instrucción, sin una receta, cómo es moverse por sí mismo. Ese espacio de libertad es el primer eslabón para poner en práctica la unidad y la dignidad del ser, de la persona. De allí, todo lo demás: relajación, autoestima, originalidad, ingenio, alegría, apertura.

La danzaterapia –esta danzaterapia; hay otras, hay muchas– no es una S.A., ni S.A. de C.V., ni tiene © ni ®. Tampoco entrega certificaciones tipo “Danzaterapia Nivel I”, “Danzaterapia Nivel II”. Aprender danzaterapia es practicarla, es conocerse, inventarse, disfrutarse. Es un aprendizaje que se renueva cada día.

¿Danzaterapia autodidacta? Aprendemos con nosotros mismos, sí, aprendemos de los otros, también, pero ahí está el maestro, los maestros que –en pleno ejercicio de libertad– elegimos para toda la vida o para un trayecto específico. El danzaterapeuta, cuya misión es estimular, provocar, invitar, se constituye como tal a partir de la experiencia. La primera experiencia se centra en sí mismo; la segunda deriva de la observación e interacción con los otros. El aprendizaje es progresivo y acumulativo y nunca está acabado. Hay una metodología, cierto orden de los procedimientos que suele ser mejor que otro. Sin embargo, cuando se trabaja con algo tan variado como el ser humano, las excepciones necesitan tener permiso para sucederse.

Ahí está el maestro que cumple su misión para promover cambios, para inconformase con la cosa es así. No todo está bien, no todo es suficiente. La exigencia es parte del crecimiento en danzaterapia. Un maestro corrige, sugiere, amplía horizontes, tanto para un niño de tres años, como para adultos y adultos mayores. El danzaterapeuta practica una provechosa exigencia en su ámbito, en el ámbito del movimiento. Las categorías de bien y mal no son las pertinentes cuando las personas están indagando dentro de sí para dar lo mejor. Sin embargo, quien cumple con su rol de maestro propicia la transformación, ir más allá; su astucia radica acicatear que los danzantes ahonden en la profundidad de la investigación individual, para que el rango de movimientos sea mayor, para que el compromiso con la danza sea mayor, para que la libertad se aproxime al límite utópico del infinito.

La libertad… hacia allí va la danzaterapia: para deshacer las tipificaciones que borran el nombre propio y lo reemplazan por un cliché (“V es un autista”, “W es una solterona”, “X es discapacitado”, “Y es una patadura”, “Z es un chico problema”); para poner en jaque algunas afirmaciones (“el arte lo hacen los artistas, gente importante…, bailarinas flaquitas… no yo”); para desafiar las leyes del Mercado (“hoy la gente necesita soluciones prácticas, eso es lo que hay que darles”, “me voy a hacer un instructorado en … porque con eso voy a tener alumnos, ¿viste que está de moda, no?”). Hacia allí va la danzaterapia.

La crisis… podemos interrogarla, hacerle cosquillas, acunarla, para que se duerma, para que nos deje dormir. Encontremos el modo personal de dialogar con ella. Conquistemos la libertad de vivir cada experiencia de manera individual, con nuestro cuerpo, el propio, el que tenemos, el que puede cambiar algún día, el que sin dudas va a cambiar mañana, pasado y siempre. Elijamos el camino para ser personas completas, coherentes, y si no lo somos, ser conscientes de nuestra locura, y juguemos con ella. Cantemos, pintemos, bailemos. Hay muchas opciones. Nada está dado, nada es como es. Todo puede ser diferente. Todos podemos ser diferentes.

FOTOS

Danzaterapia con adultos. Foto: Nitzarindani Vega.

Formación en danzaterapia para adultos. Foto: Analía Melgar.